Señales
Luciana/Ana, ¿le tenés miedo a la soledad?
Protejo a quien me sostiene
transistores me permiten escucharles animarme
Microchip en mi bocho
Con Alinés tomamos un taxi para ir a la Terminal de
ómnibus y me acuerdo de que pusimos su valija adelante. Yo no sabía cómo me “tenía”
que vestir por todos los significados de los colores y por no saber en qué
bando me podía confiar. En este juego de manipulación yo imaginaba que las
personas estaban divididas por los colores que llevaban y que cada color tenía
un significado, el verde la naturaleza, etc. Me puse la pollera de todos colores
y las alpargatas doradas que todavía no había interpretado.
En el viaje a Buenos Aires seguí delirando, yo
tenía que programar el taller que iba a hacer ese mismo día sobre Arcoíris del
Deseo (técnicas del TO para trabajar sobre las opresiones intrapsíquicas) en el
que al final no participé porque estaba literalmente doblada sobre mí misma por
las voces. La habitación estaba llena de gente que me miraba y yo no lograba
quedarme derecha y sostener esas miradas. La mamá de una de las organizadoras,
psicoterapeuta, que quizás quería participar al taller, a solas en tranquilidad
me preguntó lo que me pasaba, yo traté de explicarle algo de la manipulación de
Soledad y ella me preguntó: ¿le tenés miedo a la soledad? Luego me pusieron a
oscuras acostada en una habitación y sentía que el grupo hacía ejercicios
gritando, yo pensaba que fueran todes voluntaries para luchar por mí, escuché
un sonido extrañísimo como de inframundo que provenía de la misma habitación
donde estaba y pensé que era la muerte que me estaba amenazando y que yo debía
resistir sin tener miedo, sino todo el esfuerzo de toda esa gente sería en
vano.
Volviendo al viaje recuerdo que “iba viendo”
distintas señales, que sentía que me mandaban las chicas (Sole y la Colo), como
ver los campos sin vacas y pensar que ellas me querían decir que eran
conscientes de la destrucción de la tierra con el monocultivo de soja
transgénica que sustituye la ganadería, pero que todo eso podía ser visto con
ojos soñantes. Por eso no me podía concentrar para escribir. Encarnadas en dos
pajaritos, que veía a través de la ventanilla durante el viaje, y cuando
llegamos a Buenos Aires en dos cotorritas, me mostraron ese otro punto de vista
como para decirme: ¿para qué te sirve hacerte malasangre? ¡viví con nosotros en
nuestro mundo maravilloso!
En Buenos
Aires me hospedó una amiga alemana-hindú que había conocido pocos meses antes
en el CTO (Centro de Teatro do Oprimido) de Rio de Janeiro. Aki, así se llama,
vivía con su pareja y me dejaron su cama matrimonial, me acuerdo de que tenía
colgada una imagen de las mujeres zapatistas y recordé su mensaje “enmascarados
para desenmascarar al poder que nos oprime”. Fue como re-significar toda mi
vida incluso mi viaje a Chiapas y el trabajo con las comunidades tzotzil y
tzeltal.
También prestaba mucha atención a los gestos de la
gente con la que hablaba. Aki me sonreía mucho y yo sentía que era una máscara
para que a elles no les pasara nada porque les habían amenazado por mi culpa,
pero no podían deshacerse de mí. Por eso cuando llamamos a mi vieja le dije,
con un océano de por medio que separa Italia de Argentina, que me tenían de
rehén. No es que le tuviese miedo a Aki, sino que la sentía desprotegida y no
quería que le pasara nada, quizás se trataba de mi parte “mala” que por mucho
tiempo no había querido mostrar ni re-conocer y estaba saliendo deforme.
En mi primera crisis fui re-interpretando todo mi
pasado y entre otras cosas pensé que el sindicalista hindú que había conocido
en São Paulo y que se había puesto mis zapatos, lo había hecho porque intuía que
yo iba a necesitar su energía para poder ir a India. ¡En esos días me sentía
muy debilitada!
Este
sindicalista tenía la edad energética de un viejito, si bien tendría unos
cincuenta, por haber trabajado con materias tóxicas y luchaba por la
sensibilización sobre estos peligros y la falta de protección de los
trabajadores del West Bengala. Yo sentía que él se había sacrificado por mí
pero que ahora yo tenía tan poca vitalidad como él. También sentía que en
realidad mi viaje a India era una metáfora para decir que tenía que terminar en
la casa de una hindú (Aki) y pensaba que estaba arriesgando mi vida. Además, cuando
saludé a la Colo me había dicho que yo tenía que seguir los caballos y Sole me
pareció que la había retado. Aki en su casa tenía láminas de caballos y sentía
que habían tenido que poner todo eso (las mujeres zapatistas, los caballos...)
para poder hospedarme.
También Adrián me había dado un mate con caballos
para la abuela, yo pensé que era un mensaje que me había querido dar de seguir
en la locura a mi abuela o que era el riesgo. Me asustó porque ella vivía
bastante mal y se hacía la víctima, y sobre todo hacía vivir mal a les otres,
por eso yo me sentía responsable de todo lo que mi entorno podía sufrir.
También sentía que era para protegerla, porque si le agarraba la locura a la
abuela el alma de la tía se habría quedado atrapada en su casa. Por eso antes
de irme a Buenos Aires había plantado en una maceta las llaves de la tía.
También me enloquecía tener su celular, a veces partían mensajes sin texto y yo
pensaba que eran señales suyas o que esa persona corría peligro. Una vez llamé
a la hija de una amiga de mi mamá para advertirla.
Cuando volví de Argentina tenía que hacer el viaje
en avión sola, mi mamá vino a Madrid donde nos encontramos y de ahí tomamos
otro avión para Bolonia. Ella había conseguido que una coach me acompañara al
aeropuerto porque Aki y su pareja estaban ocupados.
No sé cuánto tiempo estuvimos con mi mamá en Madrid pero recuerdo que comimos unas tortillas con salsa de queso como las que me había hecho Aki en su casa en Baires, que yo había elegido para que no “me robaran”. Yo me sentía tan importante como cuando en Angola la gente nos rodeaba en los mercados por curiosidad hacia los “candumbeles” (blancos). Entonces, volviendo a Madrid, cuando tomamos el avión recuerdo que llamaban por nombre y que yo estaba segura de que nos habrían llamado después de alguien “buene”. Esta manía de grandeza me hace acordar un anécdota de un loco de Modena (ciudad italiana donde vivo) que en un congreso internacional de psiquiatría dijo: “Noi psicotici abbiamo fatto i conti coi deliri di onnipotenza e voi, come siete messi?” (nosotros los psicóticos hemos tenido que vérnosla con los delirios de omnipotencia y uds psiquiatras, ¿cómo lo llevan?). Aunque la gente me explicara que no podía ser que todo el mundo girara alrededor mío yo decía: “¡claro, tenés razón!” pero después de un segundo ya me venía la duda complotista, y pensaba que me decían así porque las reglas del juego no podían ser reveladas porque era peligroso sobre todo que yo las declarara. Yo vivía como en dos niveles de consciencia: por un lado el mental, que trabajaba todo el tiempo descubriendo claves y analizando todas las dietrologías, y por el otro el nivel verbal, que tenía que controlar por el peligro de que quien me manipulaba se diera cuenta de que yo “sabía”. Un verdadero “poli en la cabeza” como decimos en el TO.
Me acuerdo de que cuando
fui por primera vez al consultorio de mi psiquiatra me atendió
junto con una enfermera que yo creí que tenía que comunicar con mi mente
mientras yo hablaba con la doctora. Veía que ella me miraba y a veces sentía
como si los espíritus salieran a través de mi pelo, dado que vivía
continuamente dos lenguajes. Era evidente que necesitaba dos interpretaciones y
eran dos mujeres. Además, como el consultorio tiene un vidrio espejado, yo
tenía miedo de que nos miraran desde el otro lado, como en los experimentos, me
acuerdo de que se lo pregunté a la doctora.

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